¿Cómo luce una vida impactada por el evangelio? – Miguel Núñez
Jerry Bridges, quien murió a los 87 años en el 2016, fue un hombre que enseñó mucho sobre cómo el evangelio no es solo para que los incrédulos puedan llegar hasta Cristo, sino que es para toda la vida. El evangelio nos lleva a obedecer y caminar en santidad en dependencia del Espíritu Santo a cada momento.
Bridges entendió el poder de la gracia en el evangelio para asistirnos en el proceso de santificación. Si queremos entender cómo el evangelio debe impactar nuestras vidas, entonces debemos prestar atención a lo que el evangelio nos muestra:
+ Hay una humillación de parte del Hijo que se encarna y se hace hombre.
+ Hay un componente de sacrificio de parte de la segunda Persona de la Trinidad que muere en lugar del pecador.
+ Hay una sobredosis de gracia, llamada “gracia sobre gracia”, de parte de Jesús, quién se ofreció por los pecados de hombres que no lo merecían.
+ Hay un perdón incondicional de parte de Dios hacia el hombre.
Si esas verdades se muestran en el evangelio, entonces debiéramos poder ver cada uno de esos componentes en una vida que ha sido impactada por el evangelio.
Viendo el impacto del evangelio
Esto significa que el orgullo en nuestra vida diaria, en nuestras discusiones en el hogar, y en las iglesias, es el resultado de un evangelio que ha echado raíz en la mente, pero tales raíces no son tan profundas como para llegar a nuestros corazones. Nuestras luchas por ser el primero, por ser lo máximo, por ser el mejor, y por tener la razón, no reflejan el impacto del evangelio en nosotros.
Un hombre cautivado por el evangelio es manso y humilde, no polémico y argumentativo. Ese es un hombre que ha entendido la humillación de Cristo. Es un pacificador, y como consecuencia es bienaventurado (Mt. 5:9). Es un pobre en espíritu que reconoce su bancarrota espiritual (Mt. 5:3). Se ve a sí mismo sin mérito alguno, y nunca como superior a otro. Más bien, se considera como el peor de los pecadores… aun después de su conversión (1 Ti. 1:15).
El hombre impactado por el evangelio es también uno que ha llorado por su pecado. Como consecuencia, puede llorar por el pecado de los demás, como lo hizo Cristo al descender sobre Jerusalén (Mt. 23:37-29). El evangelio en el corazón de una persona muestra a alguien que es misericordioso, y no rencilloso ni rencoroso. El evangelio nos llama a amar aun a nuestros enemigos (Mt. 5:43-48).
Pero por supuesto, en medio de todo esto, el hombre impactado por el evangelio todavía no es perfecto.
Luchando contra el pecado
El perdón del incrédulo requiere varias cosas:
+ La gracia de Dios
+ La convicción y arrepentimiento de pecado de parte del pecador
+ El perdón de Dios otorgado al pecador por los méritos de Cristo
+ Fe en ese Cristo como redentor
+ Una desconfianza en las obras humanas para obtener dicho perdón
Así es como llegamos a la vida cristiana, pero ¿qué ocurre luego de la conversión? Luego del nuevo nacimiento, quedan en nosotros pecados remanentes, o residuales, debido a la naturaleza caída de la carne que permanece con deseos pecaminosos. Por tanto, incluso después de creer en Cristo como Señor y Salvador, continuamos pecando, como Pablo nos deja ver Romanos 7:15-24.
En ese pasaje, el apóstol Pablo expresa su pesar, ya que peca muchas veces cuando no quiere hacerlo. Cuando esto nos ocurre en la vida cristiana, ¿qué hacemos? ¿Debemos convertirnos otra vez? ¡Claro que no! Escucha lo que Pablo escribe:
“¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado”, Romanos 7:24-25.
Pablo corre hacia Jesús, se arrepiente, y pide perdón para renovar su relación con Dios que había quedado maltrecha. El castigo por nuestros pecados cayó sobre los hombros de Jesús en la cruz, y por eso podemos acudir a Dios en busca de perdón. Él puede disciplinarnos por pecar, pero no nos castigará (He. 12:7-13). Su disciplina es amorosa y resulta ser una fuente de gozo.
Por tanto, aunque el cristiano no es perfecto, una vida impactada por el evangelio evidencia una lucha con el pecado, y una fe en Cristo en medio de esa lucha.
Confianza en la obra consumada
Cuando Cristo muere y dice: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30), implica que todo lo que tenía que hacer para salvar al hombre fue realizado.
En el griego original, la palabra traducida como “consumado es” es tetelestai. Esta palabra viene de la raíz teleos, que significa “completo, llevar algo a su fin”. Es el último acto que completa un proceso. Tetelestai aparece en perfecto indicativo y en voz pasiva. El tiempo perfecto no solo indica que el progreso de una acción ha sido terminado, sino también que el resultado de esa acción continúa permanentemente. Dicho de otra forma, esta palabra significa Cristo completó su obra, y el efecto de ella continúa permanentemente.
Cuando un cristiano peca, debe volver a Dios para que Él perdone sus pecados nuevamente, no para salvación, sino para renovación de su relación con Él.
Los sacerdotes en el Antiguo Testamento entraban al templo, ofrecían sacrificios, y permanecían de pie todo el tiempo. No tenían sillas donde sentarse, lo que indicaba que los sacrificios debían continuar. Pero el autor de Hebreos nos dice que cuando Cristo terminó su obra, ascendió al Padre y se sentó a su diestra (He. 1:3). Se sentó porque ya no había nada más qué hacer o qué ofrecer. El efecto de su rescate en la cruz es eterno. Nunca terminará.
Tus pecados fueron perdonados en la cruz el día en que Cristo murió. No solo tus pecados pasados y presentes, sino también los futuros. Por tanto, cuando un cristiano peca, debe volver a Dios para que Él perdone sus pecados nuevamente, no para salvación, sino para renovación de su relación con Él.
Esta acción de volver a Dios en arrepentimiento cuando fallamos es parte de nuestra santificación, y es evidente en toda persona que ha sido impactada por el evangelio. Dicho de otra manera, una vida que ha sido impactada por el evangelio es una vida que confía en la obra consumada de Cristo.
Por eso vale la pena preguntarnos: ¿reflejan nuestras vidas un crecimiento a imagen de Cristo, una lucha contra el pecado, y una fe en la suficiencia de su obra?