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Cuatro maneras de luchar contra la tentación - John Owen


Hola Iglesia, en esta ocasión les traemos una lectura edificante de uno de los puritanos más influyentes, esperamos sea de bendición para su vida y de las personas con quienes lo comparta.



I. El temor de una conciencia inquieta y el temor del infierno.

El temor de una conciencia herida y del infierno son pensamientos que nos ayudarían si fuéramos a considerarlos frecuentemente. Sin embargo, estos temores en sí mismos no son ninguna garantía de que estaremos firmes a la hora de la tentación. Hay cuando menos tres razones por las cuales estas consideraciones fallan en preservarnos.


1) Algunas veces, la paz de conciencia que una persona quiere conservar no es más que una falsa paz. Después que David hubo pecado con Betsabé y antes de que el profeta Natán viniera, David estaba en paz. Esta era una falsa paz. Aún peor, muchos incrédulos piensan que tienen la paz con Dios, pero ésta es igualmente una falsa paz. Tal como la falsa paz resultará inútil para el día del juicio, igualmente es inútil para el día de la tentación.


2) Una paz verdadera de conciencia es de mucho valor. No obstante, por sí misma, no será suficiente para preservar a una persona a la hora de la tentación. La causa de esto es que un corazón engañoso es capaz de producir una variedad de fuertes razones para justificar la pérdida de la paz de conciencia. Aquí tenemos algunas de ellas: “Otros creyentes han caído y no obstante, han recuperado su paz.” “Si pierdo mi paz la puedo recuperar.” “Esta maldad es pequeña (no es nada) y no me puede traer consecuencias graves.” Cuando la hora de la tentación llega, estos y otros argumentos semejantes muy pronto cansarán al alma hasta que esté dispuesta a perder su paz.


3) Pensar que el deseo de conservar nuestra paz de conciencia es suficiente para preservarnos en la hora de la tentación, es como un soldado que piensa que mientras tenga puesto su casco, no será herido en la batalla. La paz de la conciencia es una parte de la armadura necesaria para vencer la tentación; no obstante, es sólo una parte de la armadura necesaria. Pronto la tentación encontrará un blanco no protegido.


II. La maldad de pecar contra Dios.


Usted puede tener una conciencia vívida de la maldad de pecar contra Dios. Esto parece ser una fuerte protección contra la hora de la tentación. ¿Cómo puedo pecar contra el Dios de mi salvación? ¿Cómo puedo herir a mi Salvador Cristo Jesús quien murió por mí? Nuevamente tenemos que decir que esta protección en sí misma no es suficiente para preservarnos en la hora de la tentación. Cada día produce la evidencia triste de que esta consideración por sí sola fallará. Cada vez que un hijo de Dios cae en pecado, la tentación ha vencido esta protección. Hemos considerado nuestra debilidad desde la perspectiva de nuestra falta de poder. Al momento de lidiar con la tentación debemos ser conscientes de su poder.


¿De qué manera debemos entender a la tentación a fin de luchar adecuadamente con ella?


III. El poder de la tentación.

El juicio del hombre es afectado por la influencia de la bebida (Os. 4:11). De la misma forma, la tentación también tiene el poder para entorpecer el juicio del hombre. El dios de este siglo ciega las mentes de aquellos que no creen en el Evangelio, para que no vean la gloria de Cristo (2 Cor. 4:4). En una manera semejante, cada tentación disminuye la claridad del entendimiento y del juicio del hombre. La tentación ejerce este poder en una variedad de maneras, pero solo consideraremos tres de las más comunes:


1. La tentación puede dominar la imaginación y los pensamientos de tal manera que uno no puede pensar en ninguna otra cosa.


Cuando un hombre es tentado, hay muchas consideraciones que le traerían alivio, pero la tentación es tan fuerte que domina su mente y su imaginación. Es incapacitado para concentrarse en las cosas que le ayudarían. Es como un hombre que es dominado por un problema. Hay muchas formas para solucionar el problema, pero él está tan preocupado con el problema mismo que queda ciego ante cualquier posible solución.


2. La tentación puede usar los deseos y las emociones para entorpecer la mente e impedir que piense con claridad.


Cuando una persona permite que sus deseos o sus emociones controlen su pensamiento, entonces dejará de pensar con claridad. A menudo, la tentación cautivará los deseos y las emociones de tal manera que la persona ya no tiene control completo de su razonamiento. Antes de que entre en una tentación particular, puede ver con claridad que cierto curso de acción está equivocado. Sin embargo, cuando la tentación ha obrado sobre sus deseos y emociones, ya no podrá pensar con claridad. Muy pronto estará pensando en cómo justificar o excusar sus acciones pecaminosas.


3. La tentación provocará los deseos malos del corazón del hombre de tal manera que estos deseos controlarán la mente.


El deseo pecaminoso es como un fuego, y la tentación es el combustible que lo hace arder y salir de control. Frecuentemente, la razón del hombre le persuadirá a poner un freno sobre sus deseos pecaminosos recordándole de las consecuencias de lo que desea hacer. Si el fuego de la tentación obra sobre el deseo pecaminoso, entonces la razón ya no tendrá el poder para detenerlo. Nadie sabe la violencia y el poder de un deseo pecaminoso hasta que se encuentre con una tentación especialmente adecuada para este deseo. Aún los mejores hombres pueden ser sorprendidos y abrumados por el poder de un deseo pecaminoso cuando se encuentran con una tentación idónea. Piense en qué tan pronto el temor de Pedro le arrastró para negar a su Señor. ¿Acaso se atreverá a considerarse fuerte cuando tiene un enemigo tan poderoso?


IV. El poder de la tentación en una comunidad.


En Apo. 3:10, el Señor habla de “la hora de prueba” que ha de venir sobre el mundo entero para probar a los que moran sobre la tierra. Esta “hora de prueba” vino para probar a los descuidados creyentes profesantes de aquel tiempo. Satanás vino como un león para desviarlos de la verdad. Vamos a pensar acerca de tres aspectos de esta clase de prueba:


Esta clase de prueba es un juicio de Dios en el cual Dios tiene dos propósitos. El primero es para castigar al mundo que ha menospreciado su Evangelio. El segundo es para juzgar a aquellos que falsamente dicen ser creyentes. Esto significa que la prueba tiene un poder especial para cumplir el propósito de Dios. La Biblia habla de personas “que no recibieron el amor a la verdad para ser salvos”, personas que no creyeron a la verdad sino que se complacieron en la injusticia. A fin de castigarlos, “Dios les envía un espíritu de error para que crean la mentira a fin de que sean condenados…” (2 Tes. 2:9–12). Dios no ha cambiado. En su santa soberanía todavía envía tales pruebas las cuales nunca son en vano, sino que Dios les da poder para cumplir lo que El quiere.


Esta clase de prueba incluye la tentación de seguir el mal ejemplo de otros creyentes “profesantes” que tienen una reputación de ser piadosos. En los tiempos cuando la iniquidad aumenta, las normas generales de la piedad entre el pueblo de Dios disminuyen y se debilitan. Esta declinación empezará con unos pocos creyentes que comiéncen a volverse negligentes en sus deberes cristianos, descuidados y mundanos. Estos creyentes se sienten “libres” para seguir sus deseos pecaminosos. Quizás al principio, otros creyentes les condenarán y les redargüirán, pero después de un tiempo se conformarán a su mal ejemplo. Muy pronto los verdaderamente piadoso serán la minoría y los otros la mayoría.


Debemos tomar muy en serio el siguiente principio: “Un poco de levadura, leuda toda la masa” (1 Cor. 5:6 y Gál. 5:9). ¿Qué se necesita para cambiar completamente el ambiente moral de una iglesia? Sólo se necesita que unos cuantos creyentes de una buena reputación continúen en su declinación espiritual y que la justifiquen ante los demás. Pronto una multitud seguirá su mal ejemplo. Es más fácil seguir a los muchos para hacer mal (Ex. 23:2) que mantenernos firmes a favor de la justicia. El mismo principio es verdad en cuanto a las enseñanzas falsas. ¿Qué se necesita para cambiar la posición doctrinal de una iglesia? Todo lo que se necesita es que unos pocos creyentes de buena reputación promuevan y justifiquen la enseñanza falsa. No pasará mucho sin que la multitud comience a seguirles.


Muy pocos creyentes se percatan de cuán fuerte es la tentación para seguir el ejemplo de otros. En cada época los creyentes deberían aprender a no poner su confianza en los hombres “piadosos”, sino en la Palabra de Dios. Si somos humildes, consideraremos seriamente las opiniones y las prácticas de aquellos que tienen una reputación de ser piadosos. Sin embargo, si sus opiniones y prácticas son contrarias a la Palabra de Dios, no debemos seguir su ejemplo.


Esta clase de tentación generalmente incluye fuertes razones para seguir a la multitud hacia el mal. En el punto anterior señalamos que hay una fuerte tentación para seguir el ejemplo de personas que tienen una buena reputación. Además, estos líderes del mal pueden dar “buenas razones” para defender sus opiniones y prácticas. ¿Está usted dispuesto a pensar por sí mismo? o ¿Permitirá que otros piensen por usted? Si es así, entonces usted será muy fácilmente desviado por las conclusiones falsas de otros.


Por ejemplo, el Nuevo Testamento, sin lugar a dudas, da una enseñanza muy clara con relación a la libertad que los creyentes tienen en Cristo. Tristemente, no es difícil para algunos pervertir esta enseñanza. Poco a poco, pero ciertamente, las salvaguardas de la santa ley de Dios son quitadas, y la libertad cristiana es convertida en un pretexto para el pecado. Si los creyentes fueran a ver desde el principio hasta dónde les conducirá esta enseñanza, con horror le volverían la espalda.


Pudiera ser que algunos de estos maestros no se percaten al principio de las consecuencias que sus enseñanzas les traerán. Al principio, su desviación pudiera parecer pequeña e insignificante. Sin darse cuenta, los maestros y sus seguidores se desvían cada vez más de la verdad hasta que “cambian la verdad de Dios por una mentira” (Rom. 1:25). Por ejemplo, hoy en día hay un número creciente de cristianos “profesantes” que están dispuestos a minimizar y aún negar la condenación bíblica de las prácticas homosexuales. Esta es una ilustración moderna de esta advertencia.


Tomado de: John Owen, “Of Temptation” in The works of John Owen, ed. William H. Goold, vol. 6 (Edinburgh: T&T Clark, s. f.), 101-117. Usado como base la obra en español: Lo que cada creyente debería saber sobre la tentacion, trans. Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery (Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia, 2010),


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